El presidente Biden se reúne con el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador
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El segmento del programa de televisión 60 Minutes dedicado al mexicano Andrés Manuel López Obrador el pasado fin de semana comenzó con una explosiva declaración: La reportera Sharyn Alfonsi, quien voló a Ciudad de México para entrevistar al presidente conocido como AMLO, lo llamó “la persona que podría inclinar la balanza” en las elecciones generales de Estados Unidos.

Vaya. Durante mucho tiempo, la relación entre EE.UU. y México ha sido asimétrica, y Washington solía obtener lo que quería de su vecino. Decir que el líder nacionalista mexicano de 70 años podría determinar quién es el próximo presidente del país más poderoso de la Tierra es una fuerte afirmación.

Pero hay algo de verdad en lo que dice Alfonsi: la inmigración, el estado de la frontera estadounidense y la crisis del fentanilo —junto con la economía— encabezan las preocupaciones de los votantes estadounidenses. México tiene gran influencia en todos estos ámbitos; en un escenario demasiado reñido, su actuación en cualquiera de ellos podría ser decisiva en noviembre.

En términos más generales, México es cada vez más importante en términos geopolíticos para EE.UU., y los destinos de ambos países están cada vez más entrelazados. Funcionarios, políticos y empresarios de ambos lados de la frontera deben fomentar el entendimiento mutuo en lugar de la animadversión y desarrollar nuevos marcos institucionales comunes si quieren convertir esta creciente interdependencia en una ventaja.

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Consideremos lo siguiente: el año pasado, México superó a China como principal proveedor de bienes a EE.UU., enviando más del 83% de todas sus exportaciones no petroleras (o cerca de US$470.000 millones). Sus casi 3.000 kilómetros de frontera compartida son el paso terrestre internacional más transitado del mundo, con millones de camiones de carga, trenes y automóviles que lo cruzan cada año.

México es uno de los principales destinos para los expatriados estadounidenses, mientras que más de 13 millones de estadounidenses volaron para disfrutar de las playas y otras atracciones turísticas mexicanas el año pasado, un aumento de casi el 30% en comparación con 2019.

En un mundo en el que las cadenas de suministro se están alejando rápidamente de China, el potencial comercial del T-MEC (el acuerdo comercial norteamericano que en 2020 sustituyó al TLCAN) es enorme. Pero también lo son los desafíos, como la afluencia migratoria descontrolada, el tráfico de drogas y armas y el crimen organizado en auge, todos ellos problemas que prometen empeorar si se mantienen las tendencias actuales.

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En este contexto, AMLO ha utilizado de forma inteligente su influencia, primero con Donald Trump y después con Joe Biden, al desviar el escrutinio de sus deficiencias democráticas a cambio de mantener bajo control la situación en la frontera y evitar una crisis políticamente desastrosa para la Casa Blanca. Atrás quedaron los días en los que el presidente estadounidense podía dar lecciones a su homólogo mexicano sobre democracia y libre mercado.

Este cambio ha dado lugar a lo que Javier Tello, comentarista político en Ciudad de México, denomina una “coyuntura muy particular” en la que el presidente mexicano parece empoderado en comparación con un homólogo estadounidense debilitado —para frustración creciente de muchos en las filas de ambos Gobiernos— que ven cómo la relación sufre por la falta de compromiso político.

“La relación entre EE.UU. y México es muy compleja y si los líderes no le prestan suficiente atención, se deteriorará”, me dijo. “Tenemos una relación cotidiana muy funcional, pero con enormes problemas que abordar y retos aún mayores si no lo hacemos”.

La lista de tensiones subyacentes es larga:

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  • Las políticas energéticas nacionalistas de AMLO y la aparente falta de apoyo de Biden a las empresas estadounidenses perjudicadas por ellas
  • Acusaciones de prensa no confirmadas de fuentes de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) sobre la participación del narco en campañas electorales pasadas de AMLO
  • Las frustraciones del propio AMLO con las laxas leyes estadounidenses de control de armas que inundaron a México de armas, alimentando la violencia
  • La percepción en círculos estadounidenses de que México no está haciendo lo suficiente para hacer frente a las amenazas comunes
  • La irritación de México por la falta de inversión seria de EE.UU. para abordar las causas profundas de la migración.

El último de ellos ha sido el lío legal en torno a una ley de Texas (conocida como SB4) que permitiría al estado arrestar y deportar a migrantes no autorizados, una disposición que AMLO rechazó vehementemente con el apoyo de sus oponentes políticos (una rara señal de consenso).

Al tiempo que México se prepara también para elegir presidente el 2 de junio, resulta inevitable que el ambiente político se vuelva más ruidoso, dado lo vital que es el tema de la migración para la base republicana de Trump —basta considerar el reproche del presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, a la entrevista de AMLO.

Ambas partes tendrían mucho que ganar si se tomaran más en serio estos temas bilaterales desatendidos. Tras conceder solo un puñado de entrevistas mientras estuvo en el poder, AMLO señaló claramente su deseo de ser escuchado por una audiencia estadounidense en el ocaso de su presidencia al hablar con 60 Minutes.

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A pesar de todas las controversias y carencias de AMLO, su mayor éxito en política exterior ha sido comprender que la prosperidad y la estabilidad de México dependen de una integración más estrecha con EE.UU. y Canadá, y que la región en su conjunto está mejor compitiendo en unísono en el mercado global.

Durante la entrevista, AMLO también acertó al señalar la inutilidad de cerrar la frontera, argumentando que los consumidores estadounidenses sufrirían al pagar más por sus productos importados. Sin embargo, como él bien sabe de primera mano por haber gastado miles de millones en proyectos con escasa lógica financiera, los Gobiernos no siempre toman decisiones económicas racionales.

Cerrar la frontera para evitar la migración y el narcotráfico fue una amenaza esgrimida no solo por Trump y los legisladores radicales, sino también por Biden durante el debate de enero sobre un nuevo proyecto de ley bipartidista de migración.

El riesgo para el próximo presidente de México es que, debido a la inacción percibida del país, o simplemente a la necesidad de anotarse victorias políticas baratas, el Gobierno estadounidense podría tomar decisiones perjudiciales independientemente de su lógica económica.

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Incluso con una mayor influencia de AMLO, la relación bilateral seguirá bailando al son de la opinión pública estadounidense. Puede ser tranquilizador que una reciente encuesta de Bloomberg News/Morning Consult mostrara que el 76% de los estadounidenses considera que trabajar con México y Canadá para combatir el narcotráfico sería muy/algo eficaz para reducir el consumo de fentanilo en EE.UU. Pero no hay que dejar de lado que el 46% dijo que enviar tropas estadounidenses a combatir a los cárteles en México sería una buena idea.

Por inverosímil que suene hoy esa vía, ¿podríamos descartarla por completo si no se resuelve la crisis del fentanilo? ¿Se vería Trump tentado a adoptar esa estrategia si regresa a la Casa Blanca?

Las posibilidades de una decisión tan catastrófica son probablemente mayores de lo que estamos dispuestos a admitir hoy. El antídoto es más integración económica y política, no menos, y un debate más honesto sobre lo que cada país puede hacer por el otro.

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Si las autoridades estadounidenses creen que México tiene la fórmula secreta para resolver el problema de la migración armada, solo deberían visitar los campamentos en Ciudad de México donde miles de haitianos apenas sobreviven, algunos de estos no muy lejos de donde vive AMLO.

Utilizar a México como Policía fronteriza no sustituye a una revisión de la ley de inmigración estadounidense que debería haberse llevado a cabo hace tiempo. Al mismo tiempo, México necesita empezar a obtener resultados en la lucha contra el narcotráfico e invertir más en resolver su propio problema con los migrantes indocumentados.

Admitir que el fentanilo se produce en México, como hizo AMLO en 60 Minutes, es un paso positivo, pero se necesita mucho más.

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Las disputas y controversias son inevitables dada la complejidad y lo que está en juego en las relaciones entre EE.UU. y México. El truco está en intentar resolverlas y no solo buscar pasar la pelota al Gobierno siguiente.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial o de Bloomberg LP y sus propietarios.

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